EL EVANGELIO DEL REINO DE LA VOLUNTAD DE DIOS ☀️ Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz Mayo 3, 2025
"EL HIJO DEL HOMBRE TIENE QUE SER LEVANTADO"
EVANGELIOS
5/2/202516 min read


EL EVANGELIO DEL REINO DE LA
VOLUNTAD DE DIOS
☀️
“El Hijo del hombre tiene que ser levantado”
Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz
Esquema No. 1
[En América]
Mayo 3, 2025
LECTURAS DEL DÍA:
Primera Lectura: Números 21, 4b-9:
Si alguno era mordido y miraba la serpiente de bronce quedaba curado.
Salmo 77:
No olvidéis las acciones del Señor.
Primera Lectura: Filipenses 2, 6-11:
Cristo se humilló a sí mismo, por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas.
+ SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 3, 13-17:
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: "Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen el él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él."
PALABRA DE DIOS
GLORIA A TI, SEÑOR JESÚS
LECTURA DE LOS EVANGELIOS DEL REINO
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+ EL POEMA DEL HOMBRE DIOS
El Evangelio como me ha sido Revelado, 24 febrero 1945:
“¡Maestro! ¡Aquí está Nicodemo!” dice Juan que es el primero en entrar. Se saludan y luego Simón toma a Juan y sale de la cocina, dejándolos solos a los dos. “Maestro, perdona si quise hablarte en secreto. Desconfío de muchos por Ti y por mí. No todo es vileza mía. También prudencia y deseo de ayudarte más que si abiertamente te perteneciera. Tienes muchos enemigos. Soy uno de los pocos que te admiran. Pedí consejo a Lázaro. Este es poderoso de nacimiento y le temen porque goza del favor de Roma; es justo a los ojos de Dios, es sabio por madurez de ingenio y cultura. Es en verdad tu verdadero amigo y mío. Por eso he querido hablar con él. Y estoy contento de que él también haya pensado de la misma manera. Le platiqué de las últimas discusiones que tuvo el Sanedrín respecto de Ti”. “Las últimas acusaciones. Di la verdad desnuda como es”. “Las últimas acusaciones. Sí, Maestro. Estaba a punto de decir: “Y bien. Yo también soy uno de los de Él”. Tan solo porque en aquella asamblea era necesario que hubiese alguno en tu favor. Pero José que estaba cerca de mí, me susurró: “Cállate. Ocultemos nuestro modo de pensar. Luego te diré”. Y a la salida me dijo, ciertamente dijo: “Es mejor así. Si saben que somos discípulos, nos tienen a oscuras de cuanto piensen y decidan, y pueden dañarle y dañarnos. Como sencillos admiradores de Él, no nos tendrán secretos”. Comprendí que tenía razón. Son muchos… ¡y malos! También tengo yo mis intereses y mis obligaciones… lo mismo que José… ¿Entiendes, Maestro?” “No os reprocho nada. Antes de que tú llegases decía esto a Simón. Y he determinado alejarme también de Jerusalén”. “¡Nos odias porque no te amamos!” “No. ¡No odio ni siquiera a los enemigos!” “Tú lo dices. Pero es así. Tienes razón. ¡Pero para mí y para José es un gran dolor! ¿Y Lázaro? ¿Qué dirá Lázaro que exactamente hoy ha decidido que se te dijera que dejases este lugar para ir a una de sus propiedades de Sión. ¿Sabes? Lázaro es muy rico. Gran parte de la ciudad es suya, y también muchas tierras de Palestina. Su padre juntó su herencia a la de Euqueria de tu tribu y familia, todo lo que los romanos recompensaron a su fiel siervo, y dejó a sus hijos grandes posesiones. Y lo que más vale, una oculta pero poderosa amistad con Roma. Sin esta, ¿quién habría podido salvar de la infamia a toda su casa después de la vergonzosa conducta de María, de su divorcio, que lo obtuvo solo porque era “ella”; de su vida licenciosa en esta ciudad que es su feudo y en Tiberíades que es el elegante lupanar donde Roma y Atenas han construido lechos de prostitutas para tantos del pueblo elegido? En realidad, si el Teófilo siro hubiese sido un prosélito más convencido, no hubiera dado a sus hijos esa educación helenista que mata las virtudes, siembra la voluptuosidad que bebieron pero vomitaron sin consecuencia alguna Lázaro y sobre todo Marta, pero que ha contagiado y fructificado en la desenfrenada María, y ha hecho de ella el fango de la familia y de Palestina. ¡No! Sin la poderosa sombra del favor romano, más que a los leprosos se les hubiera anatematizado. Y puesto que las cosas son así, aprovéchate de ellas”. “No. Me retiro. Quien me quiera, vendrá a Mí”. “¿Hice mal en hablar de ellos?” Nicodemo está preocupado. “No, espera. Persuádete” y Jesús abre una puerta y dice: “Simón, Juan ¡Venid!” Los dos acuden. “Simón, di a Nicodemo lo que te había dicho cuando él estaba por llegar”. “Que para los humildes bastan los pastores. Para los poderosos, Lázaro, Nicodemo, José y Cusa y que Tú te retiras lejos de Jerusalén sin dejar con todo la Judea. Esto dijiste. ¿Por qué has hecho que lo repitiese? ¿Qué ha pasado?” “Nada. Nicodemo temía que me fuese Yo por sus palabras”. “Dije al Maestro que el Sanedrín cada vez más, es su enemigo, y que estaba bien que se pusiese bajo la protección de Lázaro. Protegió sus bienes porque tiene a Roma en su favor. Protegería también a Jesús”. “Es verdad, es un buen consejo. Pese a que mi casta no sea bien vista por Roma, sin embargo una palabra de Teófilo me conservó mis bienes durante la proscripción y la lepra. Y Lázaro es muy amigo suyo, Maestro”. “Lo sé, pero ya dije y lo que digo lo sostengo”. “Entonces, ¿te perdemos?” “No, Nicodemo. Van al Bautista hombres de todas las sectas. A Mí podrán venir también hombres de todas las sectas y de todos los cargos”. “Nosotros venimos a Ti, porque sabemos que eres más que Juan”. “Podéis venir, pues. También Yo, como Juan, seré un Rabí solitario, y hablaré a las turbas deseosas de oír la voz de Dios y capaces de creer que yo sea su voz. Y los otros me olvidarán. Si es que son capaces de tanto”. “Maestro, Tú estás triste y desilusionado. Tienes razón. Todos te escuchan y creen en Ti hasta poder obtener milagros. Hasta uno de los de herodes, uno que debería tener necesariamente podrida la bondad natural en esa corte incestuosa; hasta los soldados romanos. Sólo nosotros los de Sión somos tan duros… Pero no todos. Lo ves… Maestro, sabemos que has venido de parte de Dios, para hablarnos de Él mejor que ningún otro lo haya hecho. También Gamaliel lo dice. Nadie puede hacer lo milagros que hace si no tiene a Dios consigo. Hasta los doctores como Gamaliel creen en esto. ¿Por qué entonces sucede que no podamos tener fe como la tienen los pequeños de Israel? ¡Oh! Dímelo claro. No te traicionaré aunque me dijeses: “He mentido para dar valor a mis palabras sabias con un sello del que nadie puede burlarse” ¿Eres Tú el Mesías del Señor?... ¿El Esperado? ¿La Palabra del Padre, encarnada para instruir y redimir a Israel según su Pacto?...” “¿Lo preguntas porque tú quieres, u otros te dijeron que me lo preguntases?” “Yo lo pregunto, Señor. Tengo aquí un tormento. Hay en mí una borrasca. Vientos contrarios y voces contrarias. ¿Por qué no hay en mí, hombre maduro, esa pacífica seguridad que tiene este, casi analfabeta muchacho, en cuya cara le pone esa sonrisa, en sus ojos esa luz, ese sol en su corazón? ¿De qué modo crees Juan, para estar así tan seguro? Enséñame hijo, tu secreto, el secreto con que supiste ver y encontrar al Mesías en Jesús de Nazaret”. Juan se pone colorado como una fresa, baja la cabeza como si pidiese permiso para decir una cosa muy grande, y responde sencillamente: “Amando”. “¡Amando!... Y tú, Simón, hombre probo y ya en las puertas de la vejez, tú docto y sobre quien ha habido tantas pruebas… ¿cómo has hecho para que puedas dejarte convencer?... “Meditando”. “¡Amando! ¡Meditando! ¡Yo también amo y medito y no estoy todavía seguro!” Jesús interviene: “Yo te diré el verdadero secreto. Estos han sabido nacer de nuevo, con un nuevo espíritu, libres de toda cadena, vírgenes de cualquier otra idea. Y por eso han comprendido a Dios. Si uno no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios ni creer en su rey”. “¿Cómo puede un hombre volver a nacer si ya es adulto? Expulsado del seno materno, el hombre no puede jamás volver a entrar. ¿Aludes tal vez a la reencarnación como creen muchos paganos? Pero, no, no es posible en Ti esto. Y luego no sería volver a entrar en el seno, sino reencarnarse más allá del tiempo. Por esto, ahora no más. ¿Cómo? ¿De qué modo?” “No hay más que una existencia de la carne sobre la tierra y una vida eterna del espíritu, más allá de la tierra. Yo no hablo de la carne y de la sangre, sino del espíritu inmortal, que renace a la vida verdadera por dos cosas: Por el agua y por el Espíritu. Lo más grande es el espíritu, sin el cual el agua no es más que un símbolo. Quien se ha lavado con el agua, debe purificarse luego con el Espíritu y con Él encenderse y renacer, si quiere vivir en el seno de Dios que está en el Reino eterno. Porque lo que la carne engendra es carne y muere con ella después de haberle servido en sus apetitosos pecados. Pero lo que engendra el espíritu, es espíritu y vive al regresar el Espíritu generador después de haber alimentado hasta la edad perfecta su propio espíritu. En el Reino de los Cielos no habitarán sino los que han llegado a la edad perfecta espiritual. No os maravilléis si digo: “Es necesario que nazcáis de nuevo” Estos han sabido renacer. El joven ha matado la carne y hecho renacer el espíritu poniendo su yo en la hoguera del amor. Todo lo que era materia se quemó. De las cenizas, he aquí, que se levanta su nueva flor espiritual, maravilloso heliotropo que sabe dirigirse hacia el Sol eterno. El de edad, puso la guadaña de la meditación honesta a los pies de su viejo pensar, y arrancó la vieja planta dejando sólo el retoño de la buena voluntad, del que hizo nacer su nuevo pensamiento. Ahora ama, ama a Dios con su espíritu nuevo y lo ve. Cada uno tiene su modo para llegar al puerto. Cualquier viento es bueno con tal de que se sepa usar la vela. Vosotros oís que sopla el viento y por su corriente podéis regular y dirigir la maniobra. Pero no podéis decir de dónde viene, ni llamar el viento que necesitáis. También el Espíritu llama y viene llamando y pasa. Pero solo el que está atento puede seguirlo. El hijo conoce la voz del padre, la voz del Espíritu conoce la voz del Espíritu y quien lo engendró”. “¿Cómo puede suceder esto?” “Tú, ¿Maestro en Israel me lo preguntas? ¿Ignoras estas cosas? Se habla y se da testimonio de lo que sabemos y hemos visto. Por esto yo hablo y doy testimonio de lo que sé. ¿Cómo podrás aceptar las cosas que no has visto, si no aceptas el testimonio que te traigo? ¿Cómo puedes creer en el Espíritu, si no crees en la Palabra encarnada?... Bajé para ascender y llevar a los que están acá abajo. Uno solo ha descendido del Cielo: Yo, Hijo del Hombre. Recuerda a Moisés. Levantó una serpiente en el desierto para curar las enfermedades de Israel. Cuando Yo sea levantado en alto, los que ahora están ciegos, sordos, mudos, locos, leprosos, enfermos por la fiebre de la culpa, serán curados y cualquiera que creyere en Mí, tendrá esta vida bienaventurada. No bajes la frente, Nicodemo. He venido a salvar, no a destruir. Dios no ha enviado a su Unigénito al mundo para condenar al que está en el mundo, sino para que el mundo se salve por medio de Él. En el mundo ha encontrado toda clase de culpas, herejías, idolatrías. ¿Puede la golondrina que vuela veloz a flor de tierra ensuciarse el plumaje?... ¡No! Lleva sólo por los tristes caminos de la tierra una coma de azul, un olor de cielo, lanzando un chillido para sacudir a los hombres y hacerles levantar la mirada del fango y seguir su vuelo que torna al cielo. Igualmente vengo Yo, para llevaros conmigo. ¡Venid…! Quien cree en el Unigénito, no será juzgado. Ya está salvo porque por él, el Hijo del Hombre ruega al Padre diciéndole: “Este me ha amado”. Pero el que no cree, es inútil que haga obras santas. Está ya juzgado porque no ha creído en el Hijo Único de Dios. ¿Cuál es mi nombre, Nicodemo?” “Jesús”. “¡No! ¡Salvador! Yo soy salvación. Quien no cree en Mí, rechaza su salvación y la justicia eterna lo ha sentenciado. La sentencia es esta: “La Luz se había enviado a ti, y al mundo para salvaros, y tú y los hombres habéis preferido las tinieblas a la luz, porque preferisteis las obras malas, que por lo demás eran vuestras costumbres, a las obras buenas que Él os señalaba que siguieseis para ser santos”. Habéis olvidado la luz porque los malvados buscan las tinieblas para sus delitos, y habéis rehuido de la luz para que no alumbrase vuestras llagas ocultas. No es por ti, Nicodemo. Pero esta es la verdad y el castigo estará en relación con la sentencia, bien se trate de uno solo, bien del conjunto. Respecto a los que me aman y ponen en práctica la verdad que enseño, naciendo por esto en el espíritu una segunda vez, que es la más verdadera. Yo afirmo que no tienen miedo a la Luz, antes bien se acercan a ella porque su luz aumenta la luz con la que fueron iluminados, gloria recíproca que hace a Dios bienaventurado en sus hijos y a sus hijos en el Padre. En realidad, los hijos de la luz no tienen miedo a que se les alumbre. Antes bien con el corazón y con las obras dicen: “No Yo, Él, el Padre; Él el Hijo; Él el Espíritu Santo han realizado en mí el bien, ¡a ellos la gloria de siempre” Y del cielo responde el eterno canto de los Tres que se aman en su perfecta Unidad: “A Ti sea la bendición en la eternidad, hijo verdadero de nuestro querer”. Juan: Recuerda estas palabras para cuando llegue la hora de escribirlas. ¿Estás persuadido, Nicodemo?” “Sí… Maestro. ¿Cuándo podré hablarte otra vez?” “Lázaro sabrá llevarte. Iré a su casa antes de separarme de aquí”. “Me voy, Maestro. Bendice a tu siervo”. “Mi paz sea contigo”. Nicodemo sale con Juan. Jesús se vuelve a Simón: ¿Ves la obra del poder de las tinieblas?... Como una araña tiende sus asechanzas, envuelve y aprisiona a quien no sabe morir para renacer como una mariposa; que no tiene la fuerza de traspasar la tela tenebrosa y seguir adelante, llevando como recuerdo de su victoria, pedazos de tela reluciente en sus alas de oro, como estandarte y lábaros arrebatados al enemigo. Morir para daros la fuerza de morir. Vete a descansar, Simón. Y Dios sea contigo”.
¡FIAT!
+ EL EVANGELIO DEL REINO DE NUESTRA MADRE CELESTIAL
LA REINA DEL CIELO EN EL REINO DE LA DIVINA VOLUNTAD
Una parte de la Visita Celestial, Día 28:
“Hija mía queridísima, Yo oía el estruendo de los golpes que llovían sobre el cuerpo desnudo de mi Hijo, oía las burlas, las risas satánicas y los golpes que le daban sobre la cabeza en el momento de coronarlo de espinas. Lo vi cuando Pilatos lo mostró al pueblo, desfigurado e irreconocible, sentí ensordecer con el “crucifícalo”, “crucifícalo”, lo vi ponerse la cruz sobre sus espaldas, agotado, atormentado, y Yo, no pudiendo resistir aceleré el paso para darle el último abrazo y enjugarle el rostro todo bañado de sangre. ¡Pero qué! Para Nosotros no había piedad, los crueles soldados lo arrancan de mi lado con las cuerdas y lo hacen caer. Hija querida, qué pena desgarradora el no poder socorrer en tantas penas a mi querido Hijo, por eso cada pena abría un mar de dolor en mi traspasado corazón. Finalmente lo seguí al Calvario, donde en medio de penas inauditas y espasmos horribles fue crucificado y levantado en la cruz, y sólo entonces me fue concedido quedarme a los pies de la cruz, para recibir de sus labios agonizantes el don de todos mis hijos y el derecho y sello de mi maternidad sobre todas las criaturas. Y poco después, entre espasmos inauditos expiró. Toda la naturaleza se vistió de luto y lloró la muerte de su Creador. Lloró el sol, obscureciéndose y retirándose horrorizado de la faz de la tierra. Lloró la tierra con un fuerte temblor, desgarrándose en varios puntos por el dolor de la muerte de su Creador. Todos lloraron, las sepulturas abriéndose, los muertos resucitando, y también el velo del templo lloró de dolor rompiéndose. Todos perdieron el ánimo y sintieron terror y espanto. Hija mía, y tu Mamá está petrificada por el dolor, esperándolo en mis brazos para ponerlo en el sepulcro. Ahora escúchame, en mi intenso dolor quiero hablarte con las penas de mi Hijo de los graves males de tu voluntad humana. Míralo en mis brazos dolientes, cómo está desfigurado, es el verdadero retrato de los males que el querer humano hace a las pobres criaturas, y mi querido Hijo quiso sufrir tantas penas para levantar nuevamente esta voluntad caída en lo bajo de todas las miserias, y en cada pena de Jesús y en cada dolor mío la llamaban a resurgir en la Voluntad Divina. Fue tanto nuestro amor, que para poner al seguro esta voluntad humana la llenamos de nuestras penas, hasta ahogarla, y la encerramos dentro de los mares inmensos de mis dolores y de los de mi amado Hijo. Por eso, en este día de dolores para tu Madre dolorosa, y todo por ti, dame por correspondencia en mis manos tu voluntad, para que la encierre en las llagas sangrantes de Jesús, como la más bella victoria de su pasión y muerte, y como triunfo de mis acerbísimos dolores.”
¡FIAT!
+ EL EVANGELIO DEL REINO DE LA VOLUNTAD DIVINA
Vol. 1 sin fecha:
Exaltación de la Santa Cruz:
“Finalmente, una mañana, en el día de la exaltación de la Santa Cruz, vino Jesús, y con mucha prisa me llevó de nuevo a los lugares santos de Jerusalén, y después de haberme hecho considerar tantas cosas concernientes al misterio y las virtudes de la cruz, me dijo afablemente: "¿Quieres tú, amada mía, ser del todo hermosa? Contempla la cruz; ella te dará los rasgos más bellos que se puedan encontrar en el cielo y en la tierra, tanto de enamorar a Dios, que también contiene en sí todas las infinitas bellezas. ¿Quieres llenarte de inmensas riquezas y no por un breve tiempo, sino por toda la eternidad? Si en ti ha entrado el deseo de poseer el cielo con todas sus riquezas, enamórate de la cruz, que ella te suministrará todas las riquezas, empezando por las monedas más pequeñas, que son los sufrimientos más pequeños, de cualquier especie que sean, hasta las sumas más incalculables que las cruces más pesadas procuran... En cambio los hombres que se han vuelto avaros en el procurarse la mínima ganancia de solo dinero temporal, que muy pronto deberán abandonar, no piensan ni siquiera un poco en ganar un centavo de bien eterno; y cuando yo, teniendo compasión de ellos al verlos tan despreocupados de todo lo que se refiere al bien eterno, les doy benignamente la ocasión de aprovechar, ellos en cambio, en vez de agradecerme, se desdeñan contra mí y me ofenden con su obstinación. ¿Ves, hija mía, qué ciega está la pobre humanidad? En cambio, en la cruz están encerrados todos los triunfos y las más grandes ganancias y victorias. Tú, mientras tanto, no tengas otra meta que no sea la cruz, pues esta bastará y suplirá por todo.
Hoy, por eso, quiero contentarte, crucificándote completamente sobre aquella cruz que hasta ahora no era suficiente para que te pudieras extender bien en ella. Debes saber que esta cruz es la que ha atraído sobre de ti los dulces atractivos de mi amor, y que me induce a crucificarte completamente en ella. Por eso, esa cruz que has tolerado hasta ahora me la llevaré al cielo, para conservarla como prenda de tu amor y mostrarla a toda la Corte Celestial como testimonio de tu amor por mí; y yo en su lugar, haré descender del cielo una más grave y dolorosa, para apagar tus ardientes deseos de padecer, y para hacer que muy pronto se completen mis eternos designios sobre ti.
Después de haber dicho esto Jesús, se presentó ante mí aquella cruz que ya había visto otras veces, y yo, llena de alegría, me acerqué rápidamente a ella, la tomé para ponerla por tierra y me extendí entonces sobre ella; y mientras me dispuse de este modo para ser crucificada se abrió el cielo y luego bajó San Juan, el evangelista, que trajo la cruz de la que ya Jesús me había hablado; luego llegó la Reina del Cielo con muchísimos ángeles, los cuales le hacían corona, y cuando se acercaron a mí me quitaron de sobre la cruz en donde estaba y me pusieron en la que San Juan acababa de traer, que era más grande. Un escalofrío mortal tomó posesión de toda mi persona, aunque sentía en mi corazón una flama nueva de amor, que me hacía anhelar tanto el sufrimiento de la cruz... Mientras tanto, un ángel, a una señal de Jesús, tomó la primera cruz y se la llevó al cielo, mientras que él, después de lo dicho, comenzó a crucificarme con sus propias manos; y mientras me asistía la Reina del Cielo, los ángeles y San Juan se acercaron para darle los clavos y lo necesario para mi crucifixión.
En el acto de crucificarme, mi benignísimo Jesús mostraba una tal alegría y gozo, que hubiera querido sufrir no una sino mil crucifixiones y otras penas también, para que creciera siempre más su dulce alegría; al mismo tiempo me parecía ver como si el cielo estuviera del todo preparado para una nueva fiesta de gloria para mí, y esto por haberle procurado a Jesús aquella alegría y a las almas del purgatorio la liberación y un abundante sufragio, y a los pecadores el arrepentimiento del mal hecho, además de la conversión de muchos otros, ya que mi amado esposo, Jesús, hizo que todos participaran de aquel bien que se hacía mediante mi buena disposición a todos los sufrimientos propios de la crucifixión.
Luego, cuando todo terminó, me sentí como nadando en un mar de felicidad, mezclado con un mar de penas y de dolores inauditos. La Reina del Cielo, entonces, dirigiéndose a Jesús, le dijo: "Hijo mío, hoy es día de gloria; por eso, quiero que le participes todas tus penas y que como cumplimiento de lo que se ha hecho, su Corazón sea traspasado por la lanza y que se le renueve la coronación de espinas."
Y Jesús, obedeciendo a su Madre Santísima, tomó una lanza y con ella me traspasó el corazón de lado a lado, mientras que los ángeles, tomando una corona de espinas, se la dieron a la Santísima Virgen, quien llena completamente de alegría y yo llena de satisfacción, me la enterró benignamente en la cabeza.
¡Qué día tan memorable fue para mí! puede decirse verdaderamente día de sumo gozo y de sumo dolor, día de penas indecibles y de alegrías inefables. En cuanto a mi alegría, baste decir que Jesús no se movió de mi lado durante todo el día, para sostener mi fragilidad natural, la cual, sin su gracia, habría desvanecido por la dureza de las penas y de los sufrimientos; y para mayor alegría mía, Jesús permitió que todas las almas del purgatorio que mediante la aplicación de mis penas habían sido enviadas al paraíso, descendieran del cielo junto a los ángeles, para que rodeando mi cama me recrearan con sus cantos celestiales, especialmente con aquel llamado "cántico de la alegría", por medio del cual se da gracias a Dios en el cielo y llamado también "himno de acción de gracias".
¡FIAT!
GLORIA PATRI
ET FILIO ET SPIRITUI SANCTO
SICUT ERAT IN PRINCIPIO ET NUNC ET SEMPER
ET IN SAECULA SAECULORUM
AMEN.
FIAT / La llamada de Dios a la criatura a la vocación del amor.
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