EL EVANGELIO DEL REINO DE LA VOLUNTAD DE DIOS ☀️ Jueves 8 mayo, 2025

“YO SOY EL PAN VIVO QUE HA BAJADO DEL CIELO"

EVANGELIOS

5/7/202514 min read

EL EVANGELIO DEL REINO DE LA

VOLUNTAD DE DIOS

“YO SOY EL PAN VIVO QUE HA BAJADO DEL CIELO"

☀️

Tiempo de Pascua,

Semana No. 3

Jueves 8 mayo, 2025

LECTURAS DEL DÍA:

  • Primera Lectura: Hechos 8,26-40:

Siguió su viaje lleno de alegría.

  • Salmo 65:

Aclamad al Señor, tierra entera.

+ SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 6,44-51:

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: "Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios." Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo."

PALABRA DE DIOS

GLORIA A TI, SEÑOR JESÚS

LECTURA DE LOS EVANGELIOS DEL REINO

☀️

  1. + EL POEMA DEL HOMBRE DIOS

El Evangelio como me ha sido Revelado, 9 diciembre 1945:

“Jesús está sentado en la terraza de la casa de Tomás de Cafarnaúm. La gente descansa, pues es sábado. No es mucha, porque los más celosos en sus prácticas religiosas han partido ya para Jerusalén, y también las familias que llevan niños, pues deben hacer jornadas breves. En este día nublado falta la alegría de los niños. Jesús está muy pensativo. Sentado sobre una banca baja, que está en el rincón, cerca del parapeto, dando la espalda a la escalera, como si quisiera que el parapeto lo escondiera, tiene un codo apoyado sobre su rodilla y la mano sobre la frente con aire de cansado, de afligido. Un pequeñuelo viene a sacarlo de su meditación. Viene a despedirse de Él antes de partir a Jerusalén. “¡Jesús, Jesús!” lo llama a cada grada, pues no lo ve porque el parapeto lo oculta a los ojos de quien está abajo. Él está tan ensimismado que no oye la vocecita, ni las pisadas del niño... de modo que cuando llega a la terraza, todavía está en esa posición de dolor. El niño se queda cohibido. Se detiene donde empieza la terraza, se lleva un dedito entre los labios y piensa... luego se decide y avanza lentamente... está ya detrás de Jesús... se inclina para ver lo que está haciendo y dice: “¡No está bien! ¡No llores! ¿Por qué? ¿Por aquellos sinvergüenzas de ayer? Mi padre comentaba con Yairo que son indignos de ti. No debes llorar. Yo te amo mucho. También te quieren mi hermanita y Santiago y Tobías y Juan y María y Miqueas y todos, todos los niños de Cafarnaúm. ¡No llores más!...” y se echa al cuello cariñoso. Añade: “De otro modo me pongo a llorar también yo... y lloraré durante todo el viaje...” “No, David. Mira, no lloro más. Me has consolado. ¿Estás solo? ¿Cuándo partís?” “Después del crepúsculo en la barca hasta Tiberíades. Ven con nosotros. Mi padre te quiere ¿sabes?” “Lo sé, querido. Pero debo ir donde otros niños... Te agradezco que hayas venido a despedirte y te bendigo, David. Dame el beso de despedida, y regresa a casa. ¿Sabe tu mamá que has venido aquí?” “No. Me escapé porque no te vi con tus discípulos y pensé que estabas llorando”. “No lloro más. Lo ves. Vete con tu mamá. Tal ves esté preocupada por ti. ¡Adiós! Ten cuidado con los asnos de las caravanas. Ya ves que hay por todas partes”. “¿Pero de veras no lloras más?” “No. No siento ya ningún dolor. Me lo quitaste, ¡Gracias, chiquito!” El niño baja a saltos la escalerilla mientras Jesús lo sigue con su mirada, luego mueve su cabeza y torna a sus anteriores pensamientos. Pasa el tiempo. En medio de las nubecillas que lo han ocultado se ve que el sol desciende a su ocaso. Se oyen pisadas por la escalera. Jesús levanta el rostro, ve a Yairo que llega. Lo saluda. Yairo lo saluda con respeto. “¿Qué te ha traído por aquí Yairo?” “¡Señor! Tal vez me he equivocado, pero Tú que ves los corazones de los hombres, puedes leer que en el mío no hay ninguna malicia. Hoy no te invité a que hablaras en la sinagoga. Pero es que he sufrido mucho por lo de ayer, y también vi que has sufrido que no me atreví. Pregunté a los tuyos. Me dijeron: “Quiere estar solo”... Hace unos cuantos momentos vino a verme Felipe, el padre de David, y me dijo que su niño le había contado que llorabas. Añadió que le habías dado las gracias porque había venido. También yo estoy aquí. Maestro, los que quedan todavía en Cafarnaum están para reunirse en la sinagoga, y la sinagoga mía es tuya”. “¡Gracias, Yairo! Otros hablarán hoy en ella. Iré como un privado...” “Nadie te obliga. Tu sinagoga es el mundo. ¿No vienes de veras?” “No, Yairo. Estoy aquí en espíritu con mi Padre que me comprende y que no encuentra culpa en Mí” En sus ojos tristes se ve brillar una lágrima. “¡Igualmente yo no encuentro que hayas faltado en algo! ¡Hasta pronto, Señor!” “Hasta pronto, Yairo”. Jesús se sienta nuevamente, y se sumerge en su meditación. La hija de Yairo, veloz cual una paloma, envuelta en su blanca vestidura, sube la escalera. Mira... llama en voz baja: “¡Salvador mío!” Jesús vuelve su cabeza, la ve, sonríe, le dice: “Acércate” “Señor, yo quisiera llevarte donde los demás. ¿Por qué debe estar muda ahora la sinagoga?” “Están tu padre y otros para llenarla con sus palabras”. “¡Pero son palabras!... La tuya es la palabra. ¡Oh Señor mío! Con tu palabra me restituiste a mi madre y a mi padre cuando estaba ya muerta. Mira a aquellos que van a la sinagoga. Muchos de ellos están más muertos que yo entonces. ¡Ven a darles la Vida!” “Hija, tú lo merecías. Ellos... ¡No hay palabra alguna que pueda dar vida a quien ha escogido la muerte!” “Así es, Señor mío, pero no importa, ven. Hay quienes viven más al oírte... Ven. Dame tu mano y vamos. Yo soy la prueba de tu poder, y estoy pronta a demostrarlo ante tus enemigos, aun cuando me quiten esta segunda vida, que por otra parte no es ya más mía. Tú me la has dado. Maestro bueno, por compasión a mi madre y a mi padre. Pero yo...” La jovencilla, de ojos hermosos es una cara pura e inteligente, siente que el llanto le oprime la garganta, y que las lágrimas corren por sus mejillas. “¿Ahora lloras tu?” le pregunta Jesús poniéndole la mano sobre su cabellera. “Porque... me han dicho que dices que vas a morir...” “Todos morimos...” “Pero no como Tú dices. Yo... no quisiera haber vuelto a la vida, para no ver lo que no sé cuando será, pero ¡será algo horrible!...” “Entonces no hubieras podido darme el consuelo que me estás dando. ¿No sabes que una sola palabra de quien es puro, y que ama en verdad me quita todos mis dolores?” “¿De veras? Entonces no debes sufrir nada, porque te amo más que a mi padre, más que a mi madre y que a mi propia vida”. “Así es”. “Entonces ven. No estés solo. Habla para mí, para Yairo, para mi mamá, para el pequeño David, para los que te aman. Somos muchos y aumentaremos. Pero no estés solo, ni triste”, e instintivamente maternal como cualquier mujer de buen corazón, concluye diciendo: “Junto a mí nadie te hará mal. Yo te defenderé”. Jesús se levanta para darle gusto. Ambos de la mano cruzan las calles y entran en la sinagoga por una puerta lateral. Yairo, que estaba leyendo en voz alta un rollo, suspende su lectura y dice, inclinándose profundamente: “Maestro, te ruego que hables a los rectos de corazón. Prepáranos para la pascua con tu santa palabra”. “¡Están leyendo algo de los Reyes ¿no es verdad?” “Sí, Maestro. Trataba de hacer reflexionar que quien se separa del Dios verdadero cae en la idolatría de becerros de oro”. “Has dicho bien. ¿Ninguno de vosotros tiene más qué decir?” Se oye un murmullo entre la gente. Algunos quieren que hable, otros gritan: “Tenemos prisa. Recítense las oraciones y se acabe la reunión. Vamos a Jerusalén y allá escucharemos a los rabinos”. Los que gritan así son los desertores de ayer, a quienes el sábado detuvo en Cafarnaúm. Jesús los mira con profunda tristeza y dice: “¡Tenéis prisa! ¡Es verdad! También Dios la tiene de juzgaros. ¡Idos!” Luego dirigiéndose a los que reprendían a los que habían hablado les dice: “No los reprendáis. Cada árbol da su fruto”. “¡Señor! Haz lo mismo que hizo Nehemías1. Repréndelos, Tú, Sumo Sacerdote!” grita iracundo Yairo, a quien se unen los apóstoles, los discípulos fieles y los de Cafarnaúm. Jesús abre sus brazos en forma de cruz, y palidísimo, con un rostro en que está pintado un cruel dolor, grita: “¡Acuérdate de Mí, Dios mí! ¡Y para bien mío! ¡Acuérdate también de ellos! ¡Yo los perdono!” Se vacía la sinagoga. Se quedan los fieles a Jesús... Hay un extranjero en un rincón. Es un hombre robusto en quien nadie ha parado mientes. Mira fijamente a Jesús, tanto que Él vuelve sus ojos hacia el rincón, lo ve y pregunta a Yairo que quién sea. “No lo sé. Sin duda alguno que está de paso”. Jesús le pregunta en voz alta: “¿Quién eres?” “Nicolás, prosélito de Antioquía, y voy a Jerusalén para la Pascua”. “¿A quién buscas?” A Ti, señor. Deseo hablar contigo”. “Ven”. Sale con él al huerto que está detrás de la sinagoga. “Hable en Antioquía con un discípulo tuyo de nombre Felix. He deseado muchísimo conocerte. Me dijo que sueles encontrarte en Cafarnaúm, y que tienes a tu Madre en Nazaret. También me dijo que sueles ir a Getsemaní, o a Betania. El Eterno ha querido que te encuentre aquí. Ayer estuve aquí... Estuve cerca de Ti cuando llorabas en medio de tus oraciones, cerca de la fuente... te amo, Señor, porque eres santo y bueno. Creo en Ti. Tus acciones, tus palabras ya me habían conquistado, pero tu misericordia que mostraste hace poco, ha terminado porque me decidiera. ¡Señor, recíbeme en el lugar de quien te abandona! Vengo a Ti con todo lo que tengo: mi vida, mis bienes, todo en una palabra”. Se arrodilla al decir estas últimas palabras. Jesús lo mira fijamente... luego dice: “Ven. De hoy en adelante serás de los míos. Vamos donde tus compañeros”. Vuelven a la sinagoga donde se oye que discípulos y apóstoles discuten con Yairo. “He aquí un nuevo discípulo. El Padre me consuela. Amadlo como a un hermano. Vamos a compartir con él el pan y la sal. Luego en la noche partiréis para Jerusalén y nosotros con las barcas iremos a Ippo... No digáis a nadie mi camino, para que no me entretengan”. El sábado ha terminado, y los que no quieren a Jesús están ya en la playa, para contratar la travesía a Tiberíades. Litigan con Zebedeo porque no quiere ceder su barca que está ya pronta, y junto a la de Pedro, para partir en la noche con Jesús y los doce. “¡Voy a darle una mano!” dice Pedro que está de mal humor. Jesús para evitar choques, lo detiene: “Vamos todos, no nada más tú” Van... Y tienen el triste sabor de boca de ver que los enemigos se van sin dar siquiera un saludo, terminando la discusión al punto con tal de alejarse de Jesús... se oye una que otra palabra ofensiva contra el Maestro y consejos subversivos a los discípulos fieles... Jesús se dirige a casa, después que sus contrarios han partido. Dice al nuevo discípulo: “¿Lo estás viendo? Esto es lo que te aguarda si eres de los míos”. “Lo sé. Y por esto me quedo. Un día te vi en medio de la turba que delirante te aclamaba por su rey. Levanté mis hombros y me dije: “¡He ahí a otro tonto! ¡Otra plaga para Israel!” y no te seguí porque parecías un rey. No volví a pensar en Ti. Ahora te sigo porque veo al Mesías prometido en tus palabras, en tu bondad”. “En verdad que estás más adelantado en el camino de la justicia que otros muchos. Pero una vez más repito. Quien espere en Mí como un rey terrenal que se retire. Quien crea que se avergonzará de Mí ante el mundo acusador, que se vaya. Quien piense que se escandalizará al verme tratado como malhechor que me abandone. Os lo digo mientras podéis hacerlo sin veros comprometidos ante los ojos del mundo. Imitad a los que huyen en aquellas barcas, si no os sentís con fuerzas para compartir conmigo mi suerte en el oprobio, para poder compartirla después en mi gloria. Porque esto es lo que va a suceder. El Hijo del Hombre va a ser acusado y entregado en las manos de los hombres, los cuales lo matarán como a un malhechor y pensarán que lo habrán vencido. ¡Pero en vano cometerán ese crimen, porque resucitaré después de tres días y triunfaré! ¡Bienaventurados los que sepan estar conmigo hasta el fin!” Han llegado a casa. Jesús confía a los discípulos el recién llegado y sube a donde estaba antes. Mejor dicho, entra en la habitación superior y se sienta pensativo. Poco después suben Iscariote y Pedro. “Maestro, Judas me ha hecho ver bien las cosas”. “¿Cuáles?” “Aceptas a este Nicolás, que es un prosélito e ignoramos su pasado. Hemos tenido ya muchos problemas... y tenemos... ¿Y ahora? ¿Qué sabemos de él? ¿Podemos confiarnos? Judas tiene razón al decir que podría tratarse de algún espía que los enemigos hayan enviado”. “¡Claro! ¡Puede ser un traidor! ¡No quiere decir de dónde viene y quién lo ha enviado! Yo le he preguntado y se limita a decir: “Soy Nicolás de Antioquía, prosélito”. Tengo sospechas muy grandes”. “Vuelvo a repetir que viene a Mí, porque me ve traicionado”. “¡Puede ser una mentira! ¡Una traición!” “Quién ve por todas partes la mentira o la traición es uno que es capaz de ello, porque mide según su propio patrón” dice serio Jesús. “¡Señor, me ofendes!” grita Judas enojado. “¡Déjame entonces, y vete con quien me abandona!” Judas sale golpeando la puerta de mal modo. “¡Pero, Señor, Judas no siempre está equivocado!... Además no quisiera yo... que fuera a hablar Nicolás de Juan. No cabe duda que el hombre de Endor lo envió...” “Y así es. Pero Juan de Endor es prudente y ha tomado nuevamente su antiguo nombre. Puedes estar tranquilo, Simón. Un hombre que se hace discípulo porque ve que mi causa humana esta perdida, no puede ser sino un hombre de corazón recto. Todo lo contrario del que acaba de salir, y que vino a Mí porque esperaba ser el príncipe de un rey poderoso... y no se persuade que soy Rey pero de los corazones...” “¿Sospechas de él, Señor?” “No sospecho de nadie, pero en verdad te digo que a donde llegará Nicolás, discípulo y prosélito, Judas de Simón, apóstol, israelita y judío, no llegará”. “Señor, yo quisiera preguntar a Nicolás acerca... de Juan” “No lo hagas, Juan no le dio encargo alguno porque es prudente. No seas un curioso”. “Esta bien, Señor, Sólo quería pedirte tu permiso...” “Vamos abajo, para que esté pronta la cena. Partiremos a media noche... Simón, ¿me amas?” “¡Oh, Maestro, qué preguntas!” “Simón mi corazón está más oscuro que el lago en una noche de tormenta, y azotado por olas como él...” “¡Oh, Maestro mío!... ¿Qué puedo decirte si yo estoy más... oscuro y agitado que Tú? Te voy a decir una cosa: “Aquí estoy. Si mi corazón puede darte algún consuelo, tómalo”. No tengo más que él, pero es sincero”. Jesús le pone por un momento la cabeza sobre su robusto pecho, luego bajan”.

¡FIAT!

  1. + EL EVANGELIO DE NUESTRA MADRE CELESTIAL

Visita Celestial Día 23:

“Hija mía, cómo es bello hacer el bien, sufrir en paz por Amor de Aquél que nos ha Creado, esto ata la Divinidad a la criatura y le da tanto de Gracias y de Amor, hasta ahogarla. Este Amor y Gracias no saben estar ociosos, sino quieren correr, darse a todos para hacer conocer a Aquél que tanto ha Dado. Por esto sentía la necesidad de hacer conocer a mi Hijo.”

¡FIAT!

  1. + EL EVANGELIO DEL REINO DE LAVOLUNTAD DIVINA

Vol. 29-12 (2) Abril 16, 1931:

(2) “Ánimo hija mía, la firmeza es de las almas resueltas a hacer el bien, ellas son imperturbables bajo cualquier tempestad, y mientras oyen el estruendo de los truenos y relámpagos, hasta ser sacudidos por ellos, y quedan bajo la abundante agua que les llueve encima, se sirven del agua para lavarse y salir más bellas, y sin poner atención a la tempestad, están más que nunca resueltas y animosas a no apartarse del bien comenzado. El desánimo es de las almas indecisas, que no llegan jamás a cumplir un bien. El coraje le muestra el camino, el coraje pone en fuga cualquier tempestad, el coraje es el pan de los fuertes, el coraje es el luchador que sabe vencer cualquier batalla. Por eso hija buena, ánimo, no temas; y además ¿de qué temes? Te he dado seis ángeles para tu custodia, cada uno de ellos tiene la misión de guiarte por los caminos interminables de mi Eterno Querer para hacer que tú pudieras corresponder con tus actos, con tu amor, lo que hizo la Divina Voluntad al pronunciar seis Fiat en la Creación. Por eso cada ángel tiene en custodia un Fiat y lo que salió de este Fiat, para llamarte a corresponder cada uno de estos Fiat, incluso con el sacrificio de tu vida. Estos ángeles recogen tus actos y con ellos forman corona, y postrados los ofrecen a la Divinidad como correspondencia de lo que hizo nuestra Divina Voluntad, a fin de que sea conocida y forme su reino sobre la tierra. Pero esto no es todo, a la cabeza de estos ángeles estoy Yo que te guío y vigilo en todo, y que formo en ti los mismos actos y aquel amor que se requiere para que tú puedas tener amor suficiente para poder corresponder tantas obras grandes de nuestro Querer Supremo. Por eso no te detengas, hay mucho qué hacer, tienes que seguirme a Mí que no me detengo jamás, tienes que seguir a los ángeles porque quieren cumplir su cometido asignado, tienes qué cumplir tu misión de hija de la Divina Voluntad.”

¡FIAT!

REPARACIÓN A JESÚS

LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

CON LA REFLEXIÓN DEL LIBRO DE CIELO, CUARTA HORA, 8 pm.

Vol. 12-24 Octubre 23, 1917:

“Esta mañana, después de haber recibido al bendito Jesús estaba diciéndole: “Vida mía Jesús, dime, ¿Cuál fue el primer acto que hiciste cuando te recibiste a Ti mismo Sacramentalmente”.

Y Jesús: “Hija mía, el primer acto que hice fue el de multiplicar mi Vida en tantas Vidas mías por cuantas criaturas puedan existir en el mundo, a fin de que cada una tuviera una Vida mía únicamente para ella, que continuamente reza, agradece, da satisfacción, ama, por ella sola, como también multiplicaba mis penas por cada alma, como si por ella sola sufriera y no por otros. En aquel momento supremo de recibirme a Mí mismo, Yo me daba a todos, y a sufrir en cada uno de los corazones mi Pasión, para poder sojuzgar los corazones por vía de penas y de amor, y dándoles todo lo mío divino, venía a tomar el dominio de todos. Pero, ¡ay de Mí! mi amor quedó desilusionado por muchos y espero con ansia los corazones amantes, que recibiéndome se unan Conmigo para multiplicarse en todos, deseando y queriendo lo que quiero Yo, para tomar al menos de ellos lo que no me dan los otros, y para recibir el contento de tenerlos conforme a mi deseo y a mi Voluntad. Por eso hija mía, cuando me recibas haz lo que hice Yo, y Yo tendré el contento de que al menos seamos dos que queremos la misma cosa”. Pero mientras esto decía, Jesús estaba muy afligido, y yo le he dicho: “Jesús, ¿qué tienes que estás tan afligido?” “¡Ay, ay, cuantos males como torrente impetuosa inundarán los países, cuántos males, cuántos males! Italia está atravesando horas tristes, tristísimas. Estréchense más a Mí, estén de acuerdo entre ustedes, rueguen a fin de que los males no sean peores”. Y yo: “¡Ah! mi Jesús, ¿qué será de mi país? No será que ya no me quieres como antes, porque queriéndome Tú perdonabas en algo los castigos”. Y Él casi llorando: “No es verdad, te quiero bien”.

GLORIA PATRI

ET FILIO ET SPIRITUI SANCTO

SICUT ERAT IN PRINCIPIO ET NUNC ET SEMPER

ET IN SAECULA SAECULORUM

AMEN.