EL EVANGELIO DEL REINO DE LA VOLUNTAD DE DIOS ☀️ Tiempo de Pascua, Domingo Mayo 4, 2025

“JESÚS SE ACERCA, TOMA EL PAN Y SE LO DA, Y LO MISMO EL PESCADO”

EVANGELIOS

5/4/202513 min read

EL EVANGELIO DEL REINO DE LA

VOLUNTAD DE DIOS

☀️

“JESÚS SE ACERCA, TOMA EL PAN Y SE LO DA, Y LO MISMO EL PESCADO”

Tiempo de Pascua,

Domingo de la Semana No. 3

Mayo 4, 2025


LECTURAS DEL DÍA:

  • Primera Lectura: Hechos de los apóstoles 5, 27b-32. 40b-41:

Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo.

  • Salmo 29:

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

  • Segunda Lectura: Apocalipsis 5, 11-14:

Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la riqueza.

+ SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 21, 1-19:

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.

Simón Pedro les dice: "Me voy a pescar."

Ellos contestan: "Vamos también nosotros contigo."

Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Jesús les dice: "Muchachos, ¿tenéis pescado?"

Ellos contestaron: "No."

Él les dice: "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis."

La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: "Es el Señor.”

Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.

Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: "Traed de los peces que acabáis de coger."

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.

Jesús les dice: "Vamos, almorzad."

Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle Quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?" Él le contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Jesús le dice: "Apacienta mis corderos." Por segunda vez le pregunta: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le contesta: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Él le dice: "Pastorea mis ovejas." Por tercera vez le pregunta: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: "Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero." Jesús le dice: "Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras." Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme."

PALABRA DE DIOS

GLORIA A TI, SEÑOR JESÚS.


LECTURA DE LOS EVANGELIOS DEL REINO

☀️

1, + EL POEMA DEL HOMBRE DIOS:

El Evangelio como me ha sido Revelado, 19 abril 1947:

“Es una noche tranquila y bochornosa. Ni un respiro de aire. Las estrellas grandes palpitantes, hacen señales desde allá arriba. El lago, sereno e inmóvil que parece una grande alberca defendida de los vientos, refleja en su superficie la gloria de ese cielo en que bullen los astros. Las plantas de la ribera forman una masa sin gemidos. Tan calmado está el lago que todo su movimiento se reduce a un levísimo golpeteo en la ribera. Una que otra barquichuela apenas si se distingue bajo los rayos de alguna estrella que ilumina débilmente el interior. No sé cuál sea el lugar exacto en que estoy, pero me parece que me hallo en la parte sur donde el lago desemboca en el río. Diría yo que estoy en la periferia de Tariquea, no porque vea la ciudad, que un montón de árboles me esconde, extendiéndose a lo largo del lago en forma de promontorio, sino que lo deduzco de las lucecillas de las barcas que se alejan hacia el norte, al retirarse de la playa. Digo periferia porque hay un montón de casuchas, tan pocas para formar un villorrio, a las faldas del promontorio. Deben ser de pescadores. Hay barcas sobre la arena seca de la playa, otras ya están prontas a partir, pero las aguas están tranquilas, que parecen enclavadas en ellas. De una casucha saca Pedro la cabeza. La luz que sale de una cocina ahumada, ilumina por la espalda la figura rechoncha del apóstol haciéndola resaltar como una silueta. Mira el cielo, el lago… Se acerca al borde del lago. Viste una túnica corta y viene descalzo. Entra en el agua hasta los muslos, acaricia el borde de una barca alargando su musculoso brazo. Se le acercan los hijos de Zebedeo. “¡Noche espléndida!” “Dentro de poco saldrá la luna”. “Habrá pesca”. “Pero con remos”. “No hay viento”. “¿Qué hacemos?” Hablan despacio, con frases cortas, como hombres acostumbrados a la pesca, a las maniobras de las velas, de las redes que exigen atención, a ser parcos en palabras. “Vámonos. Venderemos parte de la pesca”. Los alcanzan en la ribera Andrés, Tomás y Bartolomé. “¡Qué noche tan calurosa!” exclama Bartolomé. “¿Habrá tempestad? ¿Os acordáis de aquella noche?” pregunta Tomás. “¡Oh, no! Calma, tal vez neblina, pero tempestad, no. Yo… yo voy a pescar. ¿Quién viene conmigo?” “Vamos todos. Tal vez esté uno mejor allá” dice Tomás que está sudando y añade: “Esa mujer necesitaba el fuego, pero era como si estuviéramos en las termas…” “Voy a decirle a Simón. Está allá solo” dice Juan. Pedro está ya preparando la barca, ayudado de Andrés y Santiago. “¿Vamos hasta casa? Una sorpresa para mi madre…” pregunta Santiago “No. No sé si puedo hacer que venga Marziam. Antes de… de la… ¡Bueno!, ¡total! Antes de ir a Jerusalén –si estaba todavía en Efraín- el Señor me dijo que quiere celebrar la segunda pascua con Marziam. Pero después no me ha dicho más…” “A mí me parece que dijo que sí” declara Andrés. “La segunda pascua, sí. Pero que venga antes, no lo sé. He cometido tantos errores que… Oh, ¿también vienes tu?” “Sí, Simón de Jonás. Esta pesca me recordará muchas cosas…” “¡Eh, a todos nos recordará muchas cosas!… Y cosas que no volverán… Íbamos con el Maestro en esta barca por el lago… Yo la adoraba como si fuera un palacio, y me parecía que no podía vivir sin ella. Pero ahora que no está más Él en la barca… en una palabra… estoy dentro pero no siento alegría” confiesa Pedro. “Ninguno tiene alegría de las cosas pasadas. No es la misma vida. Y aun mirar atrás… entre las horas pasadas y las presentes están en medio esas horribles…” suspira Bartolomé. “¡Venid pronto! Tú al timón y nosotros a los remos. Vamos hacia la curva de Ippo. Es un buen lugar. ¡Ea, adelante!” Pedro empieza a bogar y la barca se desliza sobre el agua. Bartolomé lleva el timón. Tomás y Zelote hacen de ayudantes, prontos a arrojar las redes que están preparando. Sale la luna, mejor dicho, aparece sobre los montes de Gadara (si no me equivoco) o Gamala, esto es, sobre los que están en la costa oriental, pero hacia el sur del lago, que al recibir los rayos de la luna hace una avenida de diamantes sobre sus tranquilas aguas. “Nos acompañará hasta el amanecer”. “Si no hay niebla”. “Los peces salen del fondo, porque la luna los atrae”. “Si tenemos buena pesca, será fortuna, porque no tenemos más dinero. Compraremos pan y lo llevaremos junto con pescados, a los que están en el monte”. Palabras lentas, con pausa entre una y otra. “¡Bogas bien. Simón. No te has olvidado de ello…” dice con admiración Zelote, “Así es… ¡Maldición!” “¿Qué te pasa?” preguntan los otros. “Es que el recuerdo de aquel hombre me persigue por doquier. Me acordé de aquel día que entre las dos barcas competimos que quien bogaba mejor, y él…” “Yo por mi parte pienso que una de las primeras veces que presentí su abismo de perfidia, fue aquella vez que encontramos, mejor dicho, que casi chocamos con las barcas romanas. ¿Os acordáis?” pregunta Zelote. “¡Que si nos acordamos! Pero… Él lo defendía… y nosotros… entre las defensas que hacía el Maestro y su doblez del… no pudo uno percatarse…” responde Tomás. “¡Uhm! Yo más de una vez… Me decía: ‘No juzgues, Simón’”. “Tadeo siempre sospechó de él”. “Lo que no llego a creer que éste no haya sabido nada” dice Santiago dando un golpe al codo de su hermano. Juan no responde y se limita a bajar la cabeza. “Ya no hay por qué ocultarlo…” dice Tomás. “Lucho por olvidar. Es lo que se me ordenó. ¿Por qué queréis que desobedezca¡” “Tiene razón. Dejémoslo en paz” dice Zelote en su defensa. “Bajad las redes. Despacio… Bogad vosotros. Bogad despacio. Da vuelta hacia la izquierda, Bartolomé. Acércate. Vira. Acércate. Vira. ¿Está la red extendida? ¿Si? A los remos y esperemos” ordena Pedro. ¡Qué hermoso es el lago en la tranquilidad de la noche, cuando la luna lo besa! ¿Habrá sido así el paraíso? La luna que toda sobre él se refleja lo convierte en un inmenso diamante. Su fosforescencia se columpia sobre las colinas, las sube, las baja, y a las ciudades vecinas las pinta de color de nieve… De vez en vez sacan la red. Un arpa de diamantes que cae sobre el plateado lago. La red está vacía. La sumergen de nuevo. Buscan otro lugar. ¡Nada!… Pasan las horas. La luna se mete avergonzada, mientras la luz del alba avanza, al principio como dudosa, después se viste de verde-azul… Una niebla calurosa llega a las riberas, sobre todo a la extremidad sur del lago. Tariquea no se ve más. Neblina baja, no muy tupida, que los primeros rayos del sol deshilacharán. Para evitarla prefieren flanquear el lado oriental donde es menos espesa, mientras que al oeste, al venir de más allá de Tariquea en la ribera derecha del Jordán, se hace más densa. Cuidadosamente bogan para evitar algún escollo. “¡Oíd vosotros los de la barca! ¿No tenéis nada qué comer?” Una voz varonil les llega desde la playa. Una voz que los hace estremecer. Sacuden las espaldas y responden: “No” y entre sí comentan: “¡Nos parece siempre escucharlo!…” “Echad las redes a la derecha y encontraréis”. La derecha es hacia lo largo. Echan las redes un poco dudosos. El peso de la red hace que se incline la barca. “¡Es el Señor!” exclama Juan. “¿El Señor?” pregunta Pedro. “¿Dudas? Nos pareció que era su voz, y esto lo prueba. Mirad la red. Es como aquella vez. Te aseguro que es Él. Oh, Jesús mío, ¿dónde estás?” Todos se esfuerzan en perforar el velo de la neblina, después de ver que la red está asegurada para que la arrastren a la estela de la barca, porque querer subirla es una maniobra peligrosa. Reman en dirección de la ribera. Tomás recoge el remo de Pedro que se pone aprisa la túnica corta sobre los breves paños menores, que era lo único que él, como sus demás compañeros, menos Bartolomé, traían puestos, se echa a nado, atraviesa las tranquilas aguas precediendo la barca, y es el primero en poner pie en la desierta playa donde sobre dos piedras se ve fuego hecho con rastrojos que un matorral espinoso protege. Y cerca del fuego, está Jesús, sonriente, benigno. “¡Señor! ¡Señor!” Pedro lleno de emoción es lo que sabe decir. Chorreando agua no se atreve a tocar ni siquiera el vestido del Señor, y se queda postrado en la arena, en adoración. La barca se arrastra sobre la arena, se detiene. Todos están de pie, llenos de alegría… “Traed algunos pescados. El fuego espera. Venid y comed” ordena Jesús. Pedro corre a la barca, ayuda a levantar la red y toma del montón tres gruesos pescados, los mata contra el borde de la barca y les saca las entrañas con su cuchillo. Le tiemblan las manos, pero no de frío. Los lava, los lleva al fuego, los pone encima y cuida que se asen bien. Los otros siguen adorando al Señor, un poco separados, temerosos, desde que resucitó, pues grande es su majestad. “Ved, aquí hay pan. Habéis trabajado toda la noche y estáis cansados. Ahora tomad fuerzas. ¿Está listo, Pedro?” “Sí, mi Señor” dice Pedro con una voz más ronca de lo acostumbrado, agachado sobre el fuego. Se seca los ojos de los que corren lágrimas como si el humo se las arrancase, y le hiciese también mal en la garganta. Pero el humo no tiene ninguna culpa… Lleva el pescado que ha puesto sobre una hoja rasposa, parece hoja de calabaza. Se la trajo Andrés, después de haberla lavado en el lago. Jesús ofrece y bendice, divide el pan, los pescados, en ocho partes, los distribuye y toma también la suya. Comen con la reverencia con que realizarían un rito sagrado. Jesús los mira y sonríe, no habla. Después pregunta: “¿Dónde están los otros?” “En el monte. Donde ordenaste. Nosotros vinimos a pescar porque no tenemos dinero, y no queremos abusar de los discípulos”. “Así está bien. Pero de ahora en adelante vosotros los apóstoles estaréis en el monte en oración, dando buen ejemplo a los discípulos. Mandad a estos a pescar. Es mejor que quedéis allá para orar y para atender a lo que necesitan de vuestro consejo o que os lleven noticias. Tened muy unidos a los discípulos. Volveré pronto”. “Lo haremos, Señor”. “¿No está Marziam contigo?” “No me habías dado órdenes de que lo mandase llamar tan pronto. “Mándalo llamar. Ha obedecido perfectamente”. “Así lo haré, Señor”. Un silencio, luego Jesús que había estado un poco con la cabeza inclinada, pensativo, levanta su cabeza, clava sus ojos en Pedro. Lo mira con esos ojos de cuando iba a hacer un gran milagro o cuando iba a dar sus órdenes. Pedro se estremece como de miedo y se echa un poco atrás… Pero Jesús le pone una mano sobre la espalda, lo detiene fuertemente y le pregunta, teniéndolo así: “Simón de Jonás, ¿me amas?” “¡Claro, Señor! Tú sabes que te amo” responde Pedro. “Apacienta mis corderos… Simón de Jonás, ¿me amas?” “Sí, Señor mío. Tú sabes que te amo” La voz es menos segura, y hasta como que tiembla por la repetición de la pregunta. “Apacienta mis corderos… Simón de Jonás ¿me amas?” “Señor… Tú sabes todo… Tú sabes que sí te amo…” le tiembla la voz, aun cuando está seguro de su amor, pero cree que Jesús no lo está. “Apacienta mis ovejitas. Tu triple confesión de amor ha borrado tu triple negación. Estás completamente puro, Simón de Jonás, y Yo te digo: toma las vestiduras pontificales, lleva la santidad del Señor en medio de mi grey. Cíñete tus vestiduras, y tenlas así hasta que de pastor te conviertas en cordero. En verdad te digo: cuando eras joven te ceñías tus vestiduras, e ibas a donde querías, pero cuando envejezcas extenderás tus manos, otro te ceñirá tus vestidos, y te llevará a donde no te gustaría. Pero ahora te digo: “Cíñete tus vestidos y sígueme por el mismo camino”. Levántate y ven”. Se levantan y ambos se dirigen a la playa. Los demás se ponen a apagar el fuego con arena. Juan, después de haber recogido lo que sobró del pan, sigue a Jesús. Pedro oye sus pasos y vuelve la cabeza. Ve a Juan y pregunta, señalando a Jesús: “¿Y qué será de éste?” “Si quiero que se quede hasta que Yo regrese, ¿a ti qué te importa? Tú sígueme”. Caminan por la playa. Pedro quiere hablar un poco más. Pero la majestad de Jesús, las palabras que le acaba de decir lo detienen. Se arrodilla. Los demás lo imitan. Adoran. Jesús los bendice, y les ordena que regresen. Suben a la barca y a fuerza de remo se alejan. Jesús los mira partir”.

¡FIAT!


2. + EL EVANGELIO DEL REINO DE LA VOLUNTAD DIVINA

Vol. 10-7 Diciembre 22, 1910:

“Para poder obrar cosas grandes para Dios, es necesario destruir la estima propia, el respeto humano y la propia naturaleza”

“Continuando mi habitual estado, veía ante mi mente a varios sacerdotes, y el bendito Jesús decía: “Para ser hábil en obrar cosas grandes para Dios, es necesario destruir la estima propia, el respeto humano y la propia naturaleza, para revivir de la Vida Divina y preocuparse sólo de la estima de Nuestro Señor y de lo que corresponde al honor y gloria suya; es necesario triturar, pulverizar lo que concierne a lo humano para poder vivir de Dios; y he aquí que, no ustedes, sino Dios en ustedes hablará, obrará, y las almas y las obras a ustedes confiadas tendrán espléndidos efectos, y tendrán los frutos deseados por ustedes y por Mí, como la obra de las reuniones de los sacerdotes que te dije antes, y uno de estos podría ser hábil para promover y también efectuar esta obra, pero un poco de estima propia, de vano temor, de respeto humano lo vuelve inhábil, y la gracia cuando encuentra al alma circundada por estas bajezas, vuela y no se detiene y el sacerdote queda hombre y obra como hombre, y tiene en su obrar los efectos que puede tener un hombre, no ya los efectos que puede tener un sacerdote animado por el Espíritu de Jesucristo”.

¡FIAT!


REPARACIÓN A JESÚS

LAS 24 HORAS DE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO con la Reflexión de la Hora 11: del LIBRO DE CIELO Vol. 12-97 Abril 7, 1919:

“Después me ha transportado en medio de las criaturas, pero ¿quién puede decir todo lo que hacían? Sólo digo que mi Jesús con acento doloroso ha agregado: “Qué desorden en el mundo, pero este desorden es culpa de las cabezas, tanto civiles como eclesiásticas; su vida interesada y corrupta no tiene fuerza para corregir a los súbditos, por tanto, han cerrado los ojos ante los males de los miembros, porque hubieran recriminado los males propios, y si lo han hecho ha sido todo en modo superficial, porque no teniendo en ellos la vida de aquel bien, ¿cómo podían infundirla en los demás? Y cuántas veces estas perversas cabezas han antepuesto los malos a los buenos, tanto que los pocos buenos han quedado turbados por este actuar de las cabezas, por eso haré castigar a las cabezas en modo especial”. Y yo: “Perdona a las cabezas de la Iglesia, ya son pocos, si los golpeas faltaran los regidores”. Y Jesús: ¿No recuerdas que con doce apóstoles fundé mi Iglesia? Así, los pocos que quedarán bastarán para reformar al mundo. El enemigo está ya a sus puertas, las revoluciones están ya en acto, las naciones nadarán en la sangre, las cabezas serán dispersadas; reza, reza y sufre, a fin de que el enemigo no tenga la libertad de convertir todo en ruinas”.

¡FIAT!

GLORIA PATRI

ET FILIO ET SPIRITUI SANCTO

SICUT ERAT IN PRINCIPIO ET NUNC ET SEMPER

ET IN SAECULA SAECULORUM

AMEN.